MUY BREVE HISTORIA DEL HOTEL DE LOS
DISPARATES
Un hotel puede no ser nada más
que un gélido negocio para mafias sin escrúpulos, diseñado por Martín, director
de marketing, pongamos por caso (es posible que hasta interviniera en su
diseño, tendré que investigarlo) o por el contrario un hogar para el caminante
cansado y la mayor parte de las veces descarriado, donde además de una ducha y
una sustanciosa sopa caliente especialidad de Iñaki Lizorno, nuestro cocinero,
reciba el trato más cálido y cariñoso que uno pueda imaginarse.
Antes de la llegada de un grupo
de ovejitas descarriadas, nuestros personajes, el hotel era ese frío negocio
que acabo de resumir en dos frases gélidas. Bajo la odorífera férula del Sr.
Pestolazzi este magnífico edificio fue condecorado con seis estrellas y un sol
por la Guía Turística Internacional (G.T.I.) y recomendado como el mejor lugar
para el reposo del guerrero –con la Visa oro entre los dientes- hasta que el
pastor Destino condujo a sus ovejitas por intrincados caminos que desembocaron
ante la puerta giratoria del hotel.
Sin pretenderlo, por la propia
inercia de su carácter, estos personajes pondrían todo patas arriba, incluido
al Sr. Pestolazzi, que desde entonces no pudo levantar cabeza, por miedo a
encontrarse con alguno de estos dudosos ejemplares. Cuando Olegario Brunelli,
el humorista number one, llegó al hotel ya estaba allí instalada la señorita
Filo, con la que se dio de morros en el vestíbulo, al salir disparado de la
puerta giratoria. Ambos perdieron sus pertenencias más preciadas: el peluquín
el primero y la famosa dentadura de Filo, en oro y diamantes, pero en su busca
encontraron tesoros más preciados, tales como Don Irre, un seductor Mañara, un
Bradomín frustrado, un aspirante a D. Juan como quien aspira al título de los
pesos walters, pongamos por caso, por puro dandismo. Hasta allí se acercó como
espectadora Matilde Matildé, con su cajita de pildoritas para toda clase de
desgracias y dolores del cuerpo y el alma. En la caída todos se hicieron un
nudo que luego desanudaron en una cena de reconciliación, excepto Brunelli, que
tímido y cansado, se refugió en su cuarto, como en una fortaleza medieval.
El personal de este hotel es
peculiar -¿dónde no lo es?-, sin embargo si se lo proponen resultan
especialmente simpáticos y acogedores. Aloxius Alpedrete, el maitre del
restaurante, sabe de todo lo que hay que saber para aconsejarle una exquisita
comida, regada con los mejores vinos del mundo. El Sr. Olmos, jefe de
camareros, tiene sus manías, como cualquier persona que se precie, pero es
eficiente como el que más. Iñaki Lizorno desde su grandiosa y moderna cocina,
ayudado por un par de docenitas de pinches y ayudantes, es el emperador de la
buena mesa.
Y así podríamos seguir si el
tiempo no se nos echara encima, empujando descaradamente. Decir que el congreso
de humoristas quedó en agua de borrajas, que el museo del hotel –niña de los
ojos de Pestolazzi- está manga por hombro. Que la piscina sufrió daños tras el
remojón de nuestros personajes, perseguidos por el detective Hasta de Toro,
empuñando un rifle o una magnum 45 (no lo recuerdo muy bien). Que la noche de
fantasmas y tormenta terrorífica no se ha vuelto a repetir; que la noche en que
condujeron a Brunelli, sobre su cama rodante, hasta el casino no se remató
adecuadamente, y...y... Y me olvidaba de la simpática Nina (que está como un tren de alta velocidad y
ella lo sabe y se aprovecha de sus cualidades) y que un día, mejor dicho una
noche, apareció por el hotel como salida del mejor cabarete del mundo,
seduciendo a todo macho que se pusiera en su camino y con intenciones ocultas
que nunca pudieron ser desveladas. En este momento no se sabe si se encuentra huida
tras resultar sospechosa del asesinato de un fiambre (puede que fuera fiambre
antes del asesinato o después, eso no se dilucidó). Lo mismo que Brunelli,
aunque éste se encuentra en estos momentos en su habitación habitual, roncando
como un bendito.
¿Qué fue del resto de
personajes?. Eso lo sabremos en esta nueva etapa que comenzamos ya, en este
momento. Pero no me resisto a rendir homenaje a tantos huéspedes del famoso
hotel que pasaron como de puntillas y tras una discreta intervención se
marcharon, bien por miedo al desbarajuste organizado por nuestros personajes,
bien porque lo único que necesitaban era descansar una noche del polvo del
camino o tal vez porque allí había demasiado ruido y ellos buscaban otra cosa,
la paz y el silencio que nunca encontrarían en un lugar de caos y
despropósitos. ¿Qué nos deparará la nueva temporada hotelera?. Eso nadie lo
sabe... o tal vez solo el gran profeta Milarepa tuviera algo que decir. Se lo
preguntaremos porque creo que está de camino y deseoso de alojarse en el hotel.
Antes de cerrar esta crónica,
un saludo a todos. Sean bienvenidos y recuerden que quien ríe el último ríe
mejor y más fuerte.
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